Javier Simón Cuello, diseñador de UX especializado en móviles y coautor del libro en Diseñando apps para móviles, nos da las claves para adentrarse en el diseño de apps y sobrevivir en el intento. _Javier «Simón» Cuello, diseñador de UX especializado en móviles y coautor del libro en Diseñando apps para móviles, nos da las claves para adentrarse en el diseño de apps y sobrevivir en el intento.
Ilustración: Pablo Cuello.
Diseñar una app no consiste solamente en «saber cómo hacerlo».
Implica conocer también los dispositivos existentes y cambiar nuestra
forma de pensar, aceptando que esto puede significar dejar atrás mucho
de lo que hemos aprendido diseñando para web.
Cuando Apple lanzó su smartwatch hace unos días atrás, los
diseñadores de apps tuvimos sensaciones encontradas. Por un lado, era
emocionante ver un dispositivo que ofrecía nuevas posibilidades de
diseño; pero por otro, sentíamos el desafío de comenzar a entender un
medio con interacciones y escenarios de uso distintos a los que habíamos
visto hasta ahora en los teléfonos móviles y tabletas. No es la primera
vez que aparece en el mercado un dispositivo como este, sólo que las
novedades tecnológicas que involucran el diseño de aplicaciones se
suceden cada vez más rápidamente y así de veloz tiene que ser nuestra
cabeza para adaptarse a los cambios.
Volviendo un poco hacia atrás, quizás el primer gran golpe se produjo
hace ya casi 20 años, con la llegada masiva de internet a los hogares y
la consecuente aparición de los primeros sitios web. En ese entonces,
la mayoría de los diseñadores centraba su actividad en la gráfica
impresa y tuvieron que aprender casi a la fuerza cómo diseñar para un
medio interactivo, donde el usuario ya no era sólo un espectador. Para
algunos –más que para otros– esta transición fue difícil. Por eso
terminamos viendo webs diseñadas como si fueran carteles pero con
botones: los diseñadores no conseguían entender completamente las
características de este nuevo medio.
Hoy, esto vuelve a pasar con las apps. Es fácil observar diseños de
aplicaciones que, en realidad, se parecen a sitios web pero en pequeño.
Se diseña como una traducción o traslación de la web de escritorio al
teléfono, y por eso no se tiene en cuenta contrastes, tamaños
tipográficos o de objetivos táctiles, cómo usamos los gestos, en qué
móvil se usará la aplicación, quién será el usuario o dónde estará.
Es necesario salir de la ‘estructura web’ a la hora de diseñar ya que
este estilo y forma de diseñar, incluso, jugarnos en contra cuando
abordamos una aplicación. Hay que comenzar a repensar los proyectos de
diseño con una mentalidad diferente, entendiendo el dispositivo, para
sacarle el mayor provecho posible.
Pero entonces, ¿qué hace falta saber para ser un diseñador de apps?
Más que conocimientos o herramientas, lo que se necesita es cambiar
nuestra forma de pensar. Las siguientes son algunas recomendaciones para
conseguir esto y adaptarse más fácilmente al diseño de aplicaciones.
Cambiar la forma de trabajar
Desde que has comenzado a leer, montones de aplicaciones se han
subido a las tiendas: no hay tiempo que perder. Ya no podemos pasar
semanas, meses diseñando una interfaz con lujo de detalles para
finalmente publicar nuestro producto, y sólo entonces darnos cuenta que
otras aplicaciones ya han resuelto el mismo problema y de forma similar.
Para evitar esto, podemos usar Lean UX:
una forma de trabajar basada en ciclos cortos y rápidos. Así, nos
movemos en iteraciones continuas entre las etapas de diseño y desarrollo
teniendo en cuenta un punto fundamental: nada puede darse por seguro
hasta que no lo probemos con un usuario.
De esa manera, no deberíamos comenzar el diseño de la app por la
estética de la interfaz en Photoshop o Illustrator, sino ir un par de
pasos más atrás, para primero tener un prototipo basado en wireframes y diseños básicos, que si son necesarios cambiar, no implique perder semanas de trabajo.
Algo que también podemos intentar para cambiar nuestra forma de trabajar es abordar los proyectos usando Mobile First.
Empezar a diseñar pensando primero en el móvil y no en la web de
escritorio nos obliga a priorizar, a elegir, y sobre todo, a hacer un
esfuerzo para cambiar nuestra estructura mental, acostumbrada a empezar a
pensar desde la pantalla grande.
Aprender algo del perfil de nuestros compañeros
Un diseñador tiene que ir siempre un paso más allá: no se trata de
terminar el diseño de la interfaz y pasárselo al programador para que lo
implemente como pueda. Acortar los ciclos de trabajo también supone
muchas veces avanzar en paralelo y para esto tenemos que ser conscientes
de lo complejo que puede ser implementar nuestro diseño.
Una forma de hacer esto es aprender cómo usar herramientas de
desarrollo, no necesariamente para programar una app de pies a cabeza,
pero sí –al menos– para poder construir las pantallas de una forma en la
que seamos conscientes de cómo se podrá traspasar el diseño al código
más rápida y fielmente.
Perder el miedo a trabajar en equipo
Trabajar en equipo no quiere decir sólo compartir oficina. Significa
trabajar de forma colaborativa con otros perfiles, con una comunicación
constante. Al diseñar apps ágilmente, tenemos que acostumbrarnos a
terminar con los procesos en cascada, donde el trabajo de uno se acaba
donde empieza el del otro.
Un diseñador de aplicaciones debe saber que sus compañero de equipo
—sí, quiero decir sobre todo los programadores— son sus aliados y no sus
enemigos, y que entenderse y habituarse a trabajar en conjunto ayuda a
conseguir mejores resultados nacidos de esta sinergia.
Ser usuario de otros sistemas operativos
Cuando uno diseña aplicaciones, no debería usar solamente el teléfono
personal como referencia. Un diseñador de apps tiene que tener tanto
dispositivos con iOS como Android a la mano —por lo menos—, y
acostumbrarse a usarlos habitualmente para entender cómo resuelve cada
uno situaciones de diseño.
La verdad es que el mundo no se acaba con el iPhone. Muchos
diseñadores sólo se limitan a iOS, y cuando les toca diseñar una app
para Android no hacen más que una traslación —a veces literal— de la app
original. Los patrones de interacción —soluciones establecidas de
problemas de interacción— son diferentes en cada sistema operativo. Por
ello, un diseñador de apps debe alternar frecuentemente entre
dispositivos para poder, primero asimilarlos y luego usarlos
correctamente. Además, ver y probar otras aplicaciones de forma continua
es una buena manera de vislumbrar cómo resolver problemas en nuestra
interfaz.
Prototipar todo
En nuestra metodología de trabajo ágil es importante entender cómo se
verá y funcionará algo antes de implementarlo. De la misma manera, los
prototipos nos ayudan a evaluar mediante test con usuarios, la
usabilidad de la app.
En aplicaciones existen numerosas herramientas que nos permiten
prototipar e incluso ver la aplicación en el teléfono cómo si fuera una
app terminada. Pero un prototipo tiene que ir más allá y también
incluir, por ejemplo, animaciones, transiciones y contemplar el uso de
los gestos. Sistemas operativos como Android —con su nuevo Material Design— están dándole cada vez más importancia a las microinteracciones. Acostumbrarse a prototiparlas es también parte del trabajo del diseñador.
No confiar en lo que se ve en la pantalla
Cuando diseñamos para web, vemos cómo va quedando el diseño en la
misma pantalla en la que estamos trabajando. En el caso de aplicaciones,
necesitamos probar en el móvil para estar seguros de cómo va a verse la
interfaz: esto nos permite sobre todo comprobar contrastes y tamaños.
Tanto para Android como iOS existen herramientas (LiveView o Skala,
por ejemplo) que pueden ayudar a sacarnos las duda de cómo se verá el
diseño en un móvil con una resolución y densidad de pantalla distinta a
la del ordenador.
Diseñar humildemente
Un diseñador de apps tiene que sacarse de la cabeza el concepto de
‘final’. Una aplicación no estará nunca terminada, porque es un producto
digital que va evolucionando con el tiempo. De la misma manera, no
podemos diseñar como si nuestra interfaz fuera la definitiva, porque
gran parte de la verdad la descubrimos cuando hacemos test de usabilidad
y vemos cuáles son los problemas que encuentran los usuarios. Y
detectar estos problemas —o darnos cuenta que estábamos equivocados— no
es algo necesariamente malo, sino una lección que debemos aprender para
corregir nuestro trabajo, hacerlo mejor y más fácil de usar. Diseñar
humildemente, entonces, es una actitud de base que debemos incorporar.
Estar al día
Con la cantidad de datos que hay dando vueltas es complicado estar siempre actualizados.
Pero aún así, un diseñador de apps debería estar interesado y ser
curioso por lo nuevo y novedoso. Esto incluye las nuevas tendencias en
diseño de aplicaciones, pero también las nuevas versiones de los
sistemas operativos. Aunque no nos gusten, tenemos que instalarlas y
estar al día para saber hacia donde se está avanzando en el diseño de
apps.
Una buena manera de consumir información valiosa sobre diseño es, por
ejemplo, leerse las guías de diseño de las últimas versiones de los
sistemas operativos, o seguir a referentes de la industria (por nombrar
algunos, gente como Josh Clark o Luke Wroblewski). Estar actualizado también consiste en probar nuevas herramientas que vayan saliendo y que puedan ayudar a simplificar y agilizar nuestra forma de trabajar, y no tener miedo a salir de la zona de confort y abandonar el programa que hemos estado usando desde hace años para diseñar.
Estos cambios de mentalidad para adaptarse al diseño de apps es algo
que tiene que nacer de uno mismo, porque nadie en el equipo nos lo
pedirá. Si no lo hacemos, siempre estaremos en peligro de ser una
‘fábrica de iconos’, apenas un corto eslabón en el proceso de diseño de
una app.
Entonces, el diseñador de apps requiere aprender nuevos
conocimientos, pero sobre todo lo que necesita cambiar la forma de
pensar. Hay que salir de la casita de ‘diseño web’ de los últimos años y
entender los teléfonos, tabletas e incluso a smartwatches como
dispositivos distintos. Sólo así podremos diseñar verdaderas
experiencias móviles.